TODAS LAS PERSONAS MENTIMOS; ¡SIN EXCEPCIÓN!

"No levantarás falso testimonio", reza el octavo mandamiento. Una vez tallado en piedra, hoy pareciera no tener sentido lo que está escrito en el papel. Podríamos decir que la mentira es tan antigua como la humanidad misma.



Desde que Adán y Eva dijeron la primera mentira de la historia humana, pareciera entonces que se volvió parte de nosotros, así como la risa, socializar, salir de paseo; etcétera. Todo el mundo hace trampa, dicen mentiras blancas; y, por cierto, hacer esto se volvió muy común. O ¿serías capaz de decirle a tu suegra que la comida sabe delicioso cuando no lo es? ¿Serías capaz de decirle a tu novia que no está gorda cuando sabes que si lo está?

Es un hecho científico que el engaño y la mentira son nuestros constantes compañeros. En 1997, por ejemplo, el psicólogo Gerald Jellison, de la Universidad del Sur de California, Estados Unidos, escuchó las conversaciones diarias de 20 personas sometidas a un experimento y analizó las cintas en busca de falsedades. El resultado es abrumador para los amantes de la verdad: desde un punto de vista estadístico, incluso los participantes más sinceros dijeron una mentira cada ocho minutos. "En general, no son más que mentiras blancas, pero en cualquier caso, son lo que son: mentiras", dijo Jellison.

Según el psicólogo, necesitamos constantemente de excusas para justificar comportamientos que otros podrían considerar inapropiado. Por tal razón inventamos demoras en el tráfico, para justificarnos cuando llegamos tarde, aunque, francamente, no teníamos ninguna intención de ser puntuales. Las personas más mentirosas, de acuerdo con Jellison, son las personas con más contactos sociales: vendedores, oficinistas, abogados, psicólogos, periodistas y asistentes médicos.

"El engaño es un componente tan central en nuestras vidas, que prácticamente lo necesitamos para todos los asuntos humanos", dijo Paul Ekman, director del Laboratorio de Interacción Humana de San Francisco, y un pionero en la investigación de la mentira. Con el fin de profundizar en sus investigaciones sobre la materia, los neurocientíficos reunieron personas para que dijeran falsedades en el laboratorio; mientras que medían la actividad en diferentes regiones del cerebro de los mentirosos. Los psicólogos analizaron las expresiones y gestos faciales, en busca de signos que delataran la mentira; también estudiaron la capacidad para detectar mentiras y trataron de establecer en qué momento los niños a aprenden a contar sus primeras mentiras.

La más sorprendente de los resultados de estas encuestas, es que dibujan poco a poco, el estigma negativo de mentiras. Muchos antropólogos creen que así ese talento humano para los trucos sutiles y otras estafas, está altamente ligado a la capacidad de las personas para quejarse. Su origen no sería una inclinación por el mal, sino que más bien, compone un elemento decisivo de nuestra inteligencia social. "Se sobreestima el valor moral de decir la verdad", escribe, por ejemplo, David Nyberg, profesor de filosofía y pedagogía de la Universidad de Nueva York. "Sin el engaño y el engaño, nuestras relaciones complejas serían impensables."

Por ejemplo, podemos decirle a nuestros hijos que las cosas van bien, cuando en realidad hay una crisis financiera, y eso será con el propósito de que nuestros hijos no sientan ansiedad.

Los investigadores no pretenden justificar que la mentira esté bien, tampoco están diciendo que sea algo que esté mal; simplemente están confirmando que la mentira es algo que hace parte de nuestras vidas; y le corresponde decir si está bien o mal a las personas que se vean afectadas o beneficiadas por ella.

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